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Del mismo modo que nuestros actos más simples y cotidianos pueden tener un efecto destructivo a nivel planetario, conocemos un mecanismo increíblemente eficaz de curación y multiplicación de la salud y vitalidad del planeta: la plantación y conservación de árboles y bosques. Una gran parte de los graves problemas a los que se enfrenta la humanidad en este milenio, solo pueden ser abordados de un modo satisfactorio y realista, partiendo de su misma raíz. En el árbol está en gran medida la solución global o parcial de cuestiones tan candentes como el cambio climático, la desertificación, la escasez de agua, la erosión y pérdida de tierras cultivables, la regulación del oxígeno y el carbono atmosféricos, la producción sostenible de materias primas...

Sin embargo, los árboles siguen siendo los grandes olvidados. Árboles que son únicos, que son monumentos irrepetibles, están muriendo de olvido e indiferencia. Si a los grandes y centenarios se les ignora, ¡cuánto más a los anónimos y de menor tamaño! Por toda la geografía española, la legislación y vigilancia es mucho más dura y severa cuando en un árbol o bosque habita una especie animal escasa o vulnerable, pero menos restrictiva cuando se estima tan solo al vegetal. A lo largo de la historia el árbol ha sido el gran sacrificado, el que más ha dado y el que más ha perdido.

LA IMPORTANCIA DE LOS ÁRBOLES

El árbol ha sido el gran aliado del hombre. Ha servido de refugio, de alimento, de antídoto ante la enfermedad... Los seres humanos nos hemos servido de los árboles y de sus numerosos beneficios. Hemos crecido con ellos, al amparo de su sombra, de su madera, de sus frutos y de sus medicinas. Ahora, en el siglo del desarrollo, de la tecnología, de la comunicación y del ocio, los árboles necesitan del ser humano, pero también el ser humano necesita, más que nunca a los árboles. Basta con parar y mirar a nuestro alrededor, analizar nuestro modelo de vida, en el que no caben los árboles.

Es preciso "arborizar" nuestra vida, nuestras ciudades y calles y ayudar a nuestros bosques a crecer sanos; hemos de desarrollar actitudes que fomenten la sensibilidad hacia los árboles. Ellos no son farolas, ni postales del paisaje, son seres vivos que sienten dolor y dufren de una manera diferente a la nuestra, pero no por ello menos importante.

Hasta no hace mucho, la plantación anual de árboles por parte de todos los vecinos estaba regida por estrictas ordenanzas y tradiciones. Se aseguraba así la renovación de bosques y plantíos. Pero la transmisión de estas costumbres ha caído en desuso sin que existan otros mecanismos que regulen esta regeneración. Es tiempo de inventar nuevos modos de ejercer esta responsabilidad común.

Cuando plantamos un árbol sobre la Tierra, ponemos en marcha un instrumento que tiene efectos benéficos sobre el entorno inmediato y actúa también globalmente sobre la biosfera, aportando su granito de arena para la renovación del aire, la tierra y el agua, o para la regulación del clima. Apreciamos al nogal por su aroma, su belleza, su sombra, su valiosa madera y su sabroso fruto, pero aún nos da otros frutos invisibles que no son menos importantes.

Un pacto vital

Desde hace muchos millones de años, el reino vegetal y el reino animal (hombres incluidos), mantienen un equilibrio entre el oxígeno que desprenden las plantas y el que consumen los animales y el dióxido de carbono que desprenden los animales y el que absorben las plantas. Para los vegetales éste dióxido de Carbono es un verdadero abono, el principal alimento que contribuye a su crecimiento, formando parte el Carbono de las reservas que acumulan en forma de madera.

Pero esta historia comienza verdaderamente, cuando hace unos 3.500 millones de años, en una tierra inhóspita para el hombre y casi todas las formas de vida actuales, se produce en el mundo vegetal un invento revolucionario, la clorofila. A partir de aquí comienzan a originar excedentes de Oxígeno libre que por un lado contribuyen a la formación de un halo protector, una capa de ozono alrededor del planeta, que filtra los rayos nocivos del sol, y por otro facilitan la evolución de nuevas formas de vida.

El reino animal se desarrolla entonces y se hace posible el acuerdo o equilibrio de nuestra historia. Éste pacto además del equilibrio entre los gases, entrañaba un equilibrio climático, por el efecto regulador del CO2 sobre la temperatura del planeta. De ahí la importancia del árbol, que retenía el Carbono durante su crecimiento y lo acumulaba después cuando pasaba a formar parte de las inmensas reservas fósiles de la tierra, el carbón y el petróleo.

El acuerdo como sabéis fue roto precisamente por la especie más evolucionada del reino animal, que comenzó primero a talar y quemar la selva original, liberando enormes cantidades de Carbono a la atmósfera e impidiendo que su almacenamiento natural se produjera. Pero sobre todo, por la extracción de las reservas fósiles y su uso abusivo como energía motriz de su desbocada civilización.

Las consecuencias de esta aberración, no se conocen realmente en toda su magnitud, pero el aumento de temperatura al que nos enfrentamos (entre 1’4 y 4’8 ºC en el próximo siglo si continúa la actual tendencia) auguran una serie de efectos catastróficos: huracanes, sequías e inundaciones, aumento de plagas y enfermedades, cambios en el flujo de las corrientes marinas, nuevas extinciones aceleradas de especies...

Las soluciones pasan invariablemente por una disminución en las emisiones de dióxido de carbono, pero sobre todo por la implantación de bosques extensos y permanentes capaces de atenuar el impacto de este aumento del gas en la atmósfera. Se hace imprescindible un nuevo pacto, esta vez a escala planetaria y entre los hombres, causantes de esta perturbación de escala internacional e intergeneracional. En este pacto deben contemplarse disminuciones drásticas en las emisiones, pero ante todo la conservación e implantación de árboles, bosques y selvas a lo largo y ancho de los continentes.

Los árboles ya han empezado a actuar, un estudio publicado por la revista Science, revela que en el Amazonas su tamaño aumenta progresivamente y que los niveles de dióxido de carbono previsibles, se reducen en esta zona por una mayor capacidad de absorción de la selva . El exceso de Co2 habría actuado como un verdadero fertilizante en Brasil y Centroamérica y como inmenso sumidero de este gas para el planeta. Los científicos suponen que la deforestación de las selvas tropicales anularía esta función reguladora.

El valor de un árbol es inestimable aún por muchas otras razones:

Entre el 50 y el 90% de las especies terrestres habitan en los bosques. Un solo roble puede evaporar en un día de verano 450 litros de agua. Más de 100.000 litros al año, pasarán a través de él de la tierra a la atmósfera. La cantidad de agua que pone en circulación todo un bosque o una selva es inconmensurable. Además, los bosques retienen las nieblas y facilitan que la humedad atmosférica descienda lentamente al terreno. Se cree también que las grandes masas arboladas atraen la lluvia.

La energía que invierte un árbol en la tierra que lo sustenta, sostiene a su vez la vida de mil modos diferentes, y aún después de la muerte, su legado se consuma con el regreso a la tierra, enriqueciéndola con los despojos del propio cuerpo disgregado. El suelo en el que arraigó un árbol, se verá aumentado y vitalizado al fin de su existencia. Estos y otros efectos benéficos que un árbol derrama sin cesar sobre la tierra, se multiplican indefinidamente conforme el árbol crece. Podríamos así hablar de los bosques y los setos como verdadera alma del paisaje y raíz de la vida en éste planeta; por si fuera poco, la presencia o ausencia de árboles en un lugar determinado, es un importante factor que incide sobre la salud psíquica de sus moradores.

¿Qué es un árbol viejo y singular?

Árbol singular es aquel ejemplar que ya sea por su edad, tamaño, forma o relación histórica o tradicional ha sido individualizado por la sociedad, revalorizándolo como un bien propio de su patrimonio común.

Los árboles viejos son parte de nuestra historia, persisten durante generaciones humanas y en ocasiones están asociados a personas, lugares o hechos concretos. Tienen un valor estético en sí mismos y forman parte del paisaje ancestral de la tierra. Constituyen una reserva genética de árboles antiguos que podría no encontrarse en los árboles más jóvenes.
(Anika Meyer, miembro de la Asociación de Amigos de los Árboles Viejos)

Caracterización de los árboles singulares

De manera muy general podríamos señalar la existencia de una clasificación con al menos cuatro caracterizaciones muy diferentes que es necesario tener siempre en cuenta cuando queremos acercarnos a ellos: árboles de culto, urbanos, campestres y silvestres.

  • Los árboles de culto son aquellos marcados por un profundo sentimiento cultural y hasta religioso. Arboles plantados a la entrada de las iglesias o en cementerios, como olmos, tejos y morales. Pero también árboles juraderos, al estilo del Roble de Guernica o la burgalesa Encina de Quecedo, e incluso árboles concejo. Estos ejemplares forman parte de nuestra historia, están acostumbrados a nuestras visitas y admiración, y cuentan con el respeto del vecindario.

  • Los árboles urbanos se localizan en parques y jardines, pero muchas otras veces en estrechos alcorques viarios. Son ejemplares supervivientes, capaces de resistir las mil y una agresiones de nuestras urbes, adaptados por tanto (¡qué remedio!) a nosotros. En esta clase las visitas, lejos de ser un problema, resultan un alivio y un acicate para que nuestros políticos los tengan siempre en la mejor de las condiciones posibles, lejos de críticas ciudadanas. Las podas son sin duda su mayor peligro.

  • El tercer grupo es el de los árboles campestres. Ejemplares situados en el campo, muchas veces en dehesas o en las cercanías de caminos, pero no muy lejos de los núcleos de población. Perfectos para llegar a ellos paseando. Bien conocidos de la gente, forman parte de esos lugares "que hay que ver" cuando se llega a un pueblo. A pesar de estar acostumbrados a las visitas y a sus efectos más o menos negativos, un exceso de fama sin un plan de gestión previo puede dañarlos gravemente.

  • Finalmente tenemos los árboles singulares silvestres. Estos deberían ser los intocables. En primer 1ugar porque resultan extremadamente frágiles a las visitas. No están acostumbrados a ellas, sus raíces se encuentran muy cerca de la superficie y el pisoteo les afecta sobremanera; incluso la rotura de pequeñas ramas o heridas en la corteza pueden suponer el priicipio del fin. Su mejor protección es mantener el silencio en el que han vivido durante siglos, tan solo controlados por especialistas que velen por su buen estado de conservación.
( C. J. Palacios.)

¿Qué importancia tienen los árboles viejos en la ciudad?

Los árboles viejos - ya estén vivos o muertos - son imprescindibles para el mantenimiento de una variada biodiversidad de flora y fauna que se alimenta de madera muerta o se refugia en sus huecos y grietas (hongos, insectos, aves, murciélagos, etc.). Luego, a nivel cultural y paisajístico, a todos nos gusta pasear por una ciudad saludable, en la que se pueda respirar, con amplios parques en los que encuentres árboles grandes y viejos en los que buscar una buena sombra en verano.
(Anika Meyer, miembro de la Asociación de Amigos de los Árboles Viejos)


¿Qué se puede hacer para conservar estos árboles?

Es complicado. En la ciudad se vive en un conflicto permanente, y la seguridad de la gente y los intereses urbanísticos priman sobre la conservación de los árboles. De todas formas, es fundamental divulgar su importancia para que la ciudadanía más cercana los tome como suyos y se responsabilice de su conservación. Cada vez somos más los que valoramos nuestros árboles y los pueblos que los defienden de manera activa.
(Anika Meyer, miembro de la Asociación de Amigos de los Árboles Viejos)


EL ÁRBOL

Desde el primer momento las especies leñosas y sobre todo los árboles captan nuestro interés por su tronco, su copa y sus ramas, en suma, por el conjunto de sus partes aéreas. Su belleza majestuosa, su riqueza ornamental, su monumental presencia a menudo son tales que las personas se rinden a su evidencia: su arquitectura sobrepasa a la de los humanos.

No cabe duda que es el exterior del árbol en su conjunto el que llama primeramente nuestra atención. La forma de la copa de cada especie responde a reglas hereditarias muy estrictas, si bien las influencias ecológicas externas pueden alterarla en cada ejemplar.

El tallo o el tronco es la parte más variable y por consiguiente la que más fácilmente puede cambiar del conjunto del vegetal. Las especies leñosas son vegetales que tienen tallos y raíces lignificados. Viven varios años, a veces siglos y en general sus troncos están ramificados en ramas y ramillas, que sirven para sustentar sus hojas.

El árbol es una especie leñosa cuyo tronco está completamente lignificado y generalmente desprovisto de ramas en la parte baja. Normalmente se ramifica en la parte superior formando la copa. La altura habitual es un criterio de clasificación, que no sigue unas normas fijas. Las especies que alcanzan hasta 5 m de altura, como ya se ha indicado, se consideran como pequeños árboles o arbolillos.

Las especies leñosas cuyos tallos enteramente lignificados se ramifican desde la base se consideran arbustos, aunque a veces bien por poda o bien por estar desprovistos de ramas inferiores se pueden considerar arbustos arboriformes.

La ramificación es una propiedad natural de los tallos de las especies leñosas, por medio de la cual se utiliza mejor el espacio y pueden exponer al sol su follaje.

Las ramas surgen a partir de yemas producidas en el tronco. Las yemas son salientes que encierran en potencia futuros tallos y hojas. Normalmente están protegidas de la intemperie por escamas, que realmente son hojas transformadas, aunque en algún caso pueden faltar o ser mínimas y la protección puede ser escasa.

Las yemas juegan un papel de protección importante en las especies leñosas.

A partir de su colocación en la rama se puede prever la manera en que se van a desarrollar las ramillas, permitiendo determinar la especie sobre todo en invierno, cuando los árboles están desprovistos de sus hojas. En general ocupan sobre el tallo tres posiciones: alternas, opuestas o agrupadas en verticilos.

Además de estas aparecen otras yemas adventicias o durmientes que pueden despertar cuando el árbol sufre alguna perturbación y así formar nuevos brotes característicos.

En algunos casos las yemas durmientes pueden estar presentes muchos años incluso varios decenios, como en el caso de los robles y las hayas.

La mayoría de las especies leñosas poseen normalmente dos formas de ramas: ramas de alargamiento o macroblastos y ramas cortas de crecimiento limitado o braquiblastos.

Las primeras son largas y crecen mucho tiempo, sus articulaciones están prolongadas y las yemas laterales se encuentran separadas unas de otras por distancias apreciables.

Generalmente salen a partir de yemas terminales y raras veces de yemas laterales. Las segundas tienen articulaciones muy cortas y su superficie es muy rugosa. Las asperezas están provocadas por cicatrices que provienen de la pérdida de escamas protectoras y de las hojas. A menudo estas ramas sólo tienen una yema terminal, a partir de la cual brota una articulación muy corta. Los braquiblastos viven varios años, generalmente de diez a quince, menos que los macroblastos.

A veces los braquiblastos llevan fascículos de hojas, grupos de yemas o en algunas rosáceas manojos de flores. Otras veces se transforman en espinas.

El conjunto de crecimientos de ramificación se produce generalmente de dos maneras. Por un lado la yema terminal prolonga el tallo formando un tronco principal, sobre el que se disponen unas ramas laterales más débiles que no sobrepasan el tallo principal, ni lo prolongan. Esta ramificación forma una copa piramidal o cónica. Otras veces los tallos secundarios son más fuertes y llega a formar una copa más ancha, que puede tener aspecto elipsoidal, esférico, ovoide, aparasolado, irregular, llorón, en forma de pera, etc. La forma definitiva de la copa no solamente está determinada por las propiedades anatómicas o morfológicas de la especie, sino también por la influencia de factores externos, ante todo por la luz y el viento. Las diferentes especies presentan copas de densidad variable, algunas muy débil como la acacia de tres púas o bien follaje abundante como en el haya o el tilo.