Elogio al gigante caído, la sabina centenaria de Moral de Hornuez

Sólo quienes hayan abrazado el tronco de un árbol y sentido su fuerza sanadora, comprenderán el llanto de Eugenio García de la Fuente. Este segoviano de la Serrezuela, que ya ha superado los ochenta años, no se repone de la pena. Hace una semana el ‘enebro de la borrega’ se rompió en dos. Su fuste no resistió el último vendaval.


Era un ejemplar imponente, el icono del enebral de Hornuez. Un monte mágico y milagrero donde cada árbol tiene su nombre: uno es conocido como ‘el confesionario’, otro ‘el de las señoritas’. El que fue abatido por un mal soplo sobrellevaba el apodo de ‘la borrega’ porque por estos parajes discurre una Cañada Real y los pastores trashumantes, que en su camino de Extremadura a Soria hacían parada en estos prados, dejaban a sus rebaños a la sombra del árbol más soberbio.

Estas y otras muchas historias se las escuché contar a Eugenio con la emoción de quien guarda en su retina los recuerdos como si fueran sucedidos de ayer mismo.

Eugenio, vecino de Moral de Hornuez, seguramente no leyó a Plinio, pero rebosa la misma sabiduría que el historiador romano y percibe que el primer templo del hombre fue un árbol. También anda convencido de que conforman el nexo de unión por excelencia entre la naturaleza y el hombre.

Estos árboles singulares, como el que presidía el enebral de Hornuez, son un elemento referencial. Su inmovilidad, grandeza y belleza, no sólo deleita a quien lo descubre, también «nos permite observar en ellos el paso del tiempo, el inexorable paso y peso de la vida», como escribió César Javier Palacios, el más importante divulgador de las historias y leyendas que atesoran los árboles ejemplares.

De hecho, este enebro, como afirmaba con certidumbre casi sagrada Eugenio García, contempló imperturbable el famoso milagro que se produjo en Hornuez, tal que un 28 de mayo de 1246.

Cada vez que he escuchado la narración en su boca, rumié que él también estuvo presente cuando ocurrió este hecho prodigioso. Lo desarrollaba como se lo escuchó a su padre y a su abuelo, «la Virgen se apareció a unos pastores cuando uno de ellos intentó cortar una rama para hacer fuego del enebro donde se había posado la Señora, entonces, el brazo se le quedó paralizado».

El narrador escenificaba todo lo ocurrido, modulando la voz y creando una atmósfera casi de éxtasis religioso. Sentado en uno de los bancos de la ermita que se levantó sobre el árbol en el que se produjo este famoso milagro, en el corazón del sabinar de Hornuez, proseguía su historia, «uno de los pastores ofreció una tenada para llevar a la Virgen, pero no lo consiguieron porque la imagen se volvió al mismo enebro».

A Eugenio se le llenaban los ojos de lágrimas cuando ofrecía su cara al escuchante y lo miraba fijamente: «Sabe usted, los vecinos de Moral decidieron llevar a la Virgen a la iglesia de su pueblo, pero al día siguiente fueron a ver y no estaba, se acercaron a Hornuez y allí la encontraron de nuevo sobre el enebro». ¡Nunca quiso dejar estos parajes y aquí continúa!

El enebro en el que se encuentra la imagen se quemó en dos ocasiones y sobre una de sus ramas descansa la pequeña Virgen que tanta devoción despierta en esta comarca.

El enebro de ‘la borrega’ ya no escuchará más esta historia. Abatido, partido en dos, enmudeció e hizo bueno aquel proverbio oriental: aquellos que saben no hablan y los no saben hablan.

¡Vaya contradicción!, Ahora que es leyenda hablamos de él.
 
Autor: Paco Alcántara / El Diario de Valladolid

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