El tejo de Casar de Periedo

En la ribera del río Saja se encuentra uno de los valles singulares de la Comunidad de Cantabria, inicio de la Ruta de los Foramontanos, repobladores de la España reconquistada.

El valle de Cabezón era un amplio territorio que fue colonizado y puesto en explotación por pequeños núcleos de población entre los siglos del VII al XII. La villa primitiva de Cabezón, en el centro del valle, surgió a partir de uno de esos núcleos, la aldea de Kapezone, que recibe el nombre de una medida romana que era utilizada para la compra y venta de sal. La expresión "de la Sal" se añadió después y hace alusión a la fuerte tradición salinera de este liugar desde el siglo X hasta fechas recientes.

En este valle tan especial reside, pegado a una hermosa iglesia del siglo XVI, desde hace al menos seiscientos años, el tejo del Casar de Periedo.

Nuestro árbol ha sifo testigo de gran parte de la historia de Cantabria. En 1444 vivió la confirmación del rey Juan II al marqués de Santillana, don Íñigo López de Mendoza, de los derechos sobre los valles de Santillana. En aquellos años se consolidaban los linajes y las familias nobles ampliaban sus dominios bien por presura o por donación o concesión de los reyes como pago de los servicios que prestaban a la Corona. De esta manera su poder y su riqueza se consolidaban en detrimento del resto del pueblo, que empezaba a experimentar un mayor malestar. Así, en el año 1945 los campesinos del valle de Carriedo piden su emancipación y presentan demanda ante el Consejo del Rey contra el duque del Infantado, hijo del marqués de Santillana.

La sentencia favorable anima a los habitantes de otros valles, entre los que se encuentra el de Cabezón, a presentar una petición similar, y en 1568, en el denominado Pleito de los Nueve Valles, lograron la ansiada emancipación. Estos nueve valles dieron origen a la provincia de Cantabria que se constituyó el 28 de julio de 1778.

Los tejos han tenido un especial significado en la historia y vida del pueblo cántabro, convirtiéndose en la especie más emblemática y simbólica de la Comunidad. Han sido árboles venerados desde la antigüedad y están presentes en muchos de sus rituales. Por algunos autores clásicos, como Plinio y san Isidoro de Sevilla, sabemos que los antiguos sacrificaban a los ancianos no aptos para la guerra con veneno extraído de las hojas de este árbol y se suicidaban de igual forma cuando preferían la muerte a ser exclavizados.

Es habitual encontrarlos en las plazas de los pueblos, en cementerios, iglesias, ermitas, palacios y casonas, pues se les consideraba árboles "testigo", lo que ha permitido perpetuar ese halo de misterio y sacralidad que envuelve todo lo relacionado con la especie.

Los tejos, como árboles tótem del pueblo cántabro, infunden seguridad y tranquilidad a sus habitantes y los protegen de Ojáncanu, el gigante que para este pueblo personifica el mal, y de Ojáncana, su muhjer, y más perversa que su marido; dicen que en ellos habita Anjana, hada buena y generosa de la historia y leyenda cántabra, protectora de las gentes honradas, de los enamorados y de quienes se extravían en los bosques y caminos.

Para saber más acerca de los tejos, visita nuestra sección de Clasificación de árboles.

Fuente: Leyendas Vivas II | Obra Social Caja Madrid

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